Las vacaciones de verano representan un descanso necesario para niños y niñas: más tiempo libre, menos prisas y menos deberes. Pero, también suponen semanas de reorganización constante, malabares con los horarios y una frase que puede empezar a sonar en bucle desde los primeros días: “Me aburro”.
El aburrimiento no es malo ni significa que esté fallando nada. Es una parte natural de la infancia y, bien gestionado, puede ser incluso una oportunidad. Aquí te damos algunas claves y recursos útiles para afrontar este reto del verano con más calma y perspectiva.
Aceptar el aburrimiento como parte del verano
El aburrimiento no es algo que se deba evitar a toda costa ni una señal de que los niños estén desatendidos. De hecho, la ausencia de estímulos inmediatos favorece que aprendan a gestionar su tiempo, a explorar intereses propios y a desarrollar la creatividad.
No se trata de ignorar la queja, sino de no interpretarla como un problema que hay que resolver al instante. A veces, simplemente necesitan tiempo para encontrar en qué entretenerse. Y eso, también se entrena.
Ofrecer estructura sin rigidez
Aunque el verano sea más flexible que el curso escolar, seguir una cierta estructura ayuda a que los días no se desdibujen. No hace falta tenerlo todo programado, pero sí establecer algunas rutinas básicas: horas de comida, espacios de juego, ratos de lectura, momentos de descanso y actividades al aire libre.
Aunque sea orientativa, contar con una previsión da seguridad y reduce la sensación de vacío. Un pequeño calendario visual -que sirva como guía del día- puede funcionar muy bien con los más pequeños.
Actividades disponibles
No hace falta llenar el día de planes organizados. Basta con tener opciones accesibles para que los niños puedan gestionar su tiempo con cierta autonomía. Por ejemplo:
- Cajas temáticas o rincones: materiales de manualidades, construcciones, juegos de mesa, libros ilustrados, disfraces, instrumentos musicales… Tener objetos agrupados en cajas facilita su autonomía.
- Retos diarios: una propuesta distinta cada día. Hacer una receta sencilla, inventar una historia, escribir una carta, diseñar un invento, pintar un cuadro, etc. No hace falta que sea un gran reto, simplemente que los invite a probar algo distinto.
Fomentar el juego libre
El juego es una de las mejores soluciones contra el aburrimiento. Permitir que jueguen sin un objetivo impuesto, sin adultos que dirijan o intervengan, les da espacio para imaginar, explorar y tomar decisiones. Esto no significa desentenderse sino crear un entorno adecuado y dar tiempo.
Incluirlos en la vida cotidiana
Muchas veces, el aburrimiento surge cuando sienten que no tienen un papel claro en lo que pasa a su alrededor. Incluirles en las tareas del día a día puede ayudarles a sentirse útiles y vinculados al entorno: preparar una comida sencilla, regar las plantas, planificar la lista de la compra, doblar la ropa, etc. Aunque no sean actividades lúdicas, son una oportunidad para aprender y colaborar.
Aprovechar los recursos del entorno
El verano también puede ser un buen momento para redescubrir lo que ya está al alcance: bibliotecas, espacios naturales, centros culturales, piscinas, parques, ferias, talleres municipales, etc. Una salida semanal puede romper la rutina y dar aire a todos sin necesidad de realizar grandes desplazamientos.
Gestionar el tiempo de pantallas con equilibrio
Durante las vacaciones, es fácil que las pantallas ganen terreno. No se trata de prohibirlas, pero sí de usarlas con criterio. Establecer tiempos y condiciones claras, sin que sea un recurso para acallar el aburrimiento, ayudará a que no desplacen otras formas de juego o interacción.
En resumen, el aburrimiento en verano no es una señal de alarma, sino una parte natural del descanso y el desarrollo. Los menores también tienen que aprender a tolerar la frustración, a gestionar los tiempos muertos y a crear sus propios recursos.
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