Según la Asociación Española de Pediatría (AEP) y el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, la pandemia ha aumentado las alteraciones psico-sociales de los menores en un 47%. Además, el estrés está cada vez más presente en edades muy tempranas. En este contexto, trabajar la inteligencia emocional es fundamental para que niños y niñas puedan adquirir herramientas que les permitan adaptarse mejor a los distintos sucesos vitales.

El psicólogo, periodista y escritor estadounidense Daniel Goleman sostiene que la inteligencia emocional es la capacidad que tenemos para reconocer nuestras emociones y saber gestionar cómo respondemos ante ellas. Según él, las emociones deben expresarse de manera clara y es en los momentos de crisis donde tenemos la oportunidad de desarrollar nuevas habilidades de inteligencia emocional.

Las emociones están formadas por dos componentes: la sensación subjetiva provocada por un hecho externo y la manera que tenemos de manifestarla a través de distintas acciones.

Como adultos, hemos aprendido a gestionarlas, aunque no siempre de una forma adecuada (reprimiéndolas o ignorándolas). Sin embargo, los menores reaccionan a lo que están sintiendo de una forma más directa y espontánea. 


A edades muy tempranas van desarrollando habilidades y mecanismos de defensa para lidiar con sus emociones, pero la forma de reacción y la intensidad de la emoción varía mucho en función de cada menor. Desarrollar una buena inteligencia emocional les aportará herramientas para transitar la emoción de una forma constructiva.

Cómo les podemos ayudar a gestionar sus emociones

Los niños y niñas aprenden por imitación, por lo que trabajar nuestra propia inteligencia emocional es fundamental para ayudarles. Si escondemos nuestras emociones detectarán una contradicción y quedarán confundidos.

Antes de gestionar su emoción, debemos asegurarnos de que el menor está en un entorno adecuado para estar cómodo con su vulnerabilidad (en casa o en su habitación, sin más personas delante, etc.). Asimismo, si la reacción es muy intensa, es recomendable calmarle antes de empezar a profundizar en sus sentimientos (con un abrazo o alguna caricia) y actuar en todo momento con empatía para evitar que bloquee su parte emocional.

Para que aprenda a reconocer la emoción, la comunicación es esencial. Una vez detectada, es importante validarla. En caso contrario, puede sentirse mala persona y bloquearla la próxima vez que la experimente.

Inspeccionar con el menor qué siente y buscar qué ha desencadenado ese sentimiento le permitirá detectar patrones causa-efecto y conocerse más y mejor. A la vez, buscar conjuntamente otras maneras de reaccionar le aportará herramientas más asertivas para el futuro.

Un refuerzo positivo con cada mejora afianzará lo aprendido y mejorará su autoestima.

Conductas no recomendables

Evitar que el menor transite por una emoción

Si no permitimos que el menor manifieste un sentimiento, no aprenderá la mejor forma de canalizarlo. Asimismo, le dejaremos sin herramientas para gestionar estados de miedo o frustración en sus etapas adultas.

Minimizar una emoción

En edades tempranas, cada niño o niña manifiesta los sentimientos con un nivel de intensidad diferente. Si en vez de ayudarle a gestionarla correctamente, le transmitimos que su reacción es exagerada, posiblemente acabe reprimiendo o bloqueando emociones en un futuro.

Reprimir una emoción

De la misma manera, si no le permitimos que exprese hacia fuera lo que siente, no aprenderá a manifestarla de forma asertiva, pudiendo canalizarla de forma perjudicial.

Ignorar sus sentimientos

Al desentendernos de una emoción, estamos obligándole a transitarla solo con las pocas herramientas que tiene. Esto puede provocar que no vea la comunicación como algo positivo para gestionar cómo se siente.

Juzgar lo que siente

No existen emociones buenas o malas; todas son necesarias para nuestro aprendizaje y sentirlas es totalmente normal. Si juzgamos una emoción, el niño o niña puede pensar que, sentir algo malo significa que, como persona, también lo es. 
Los niños y niñas que se sienten acompañados en el aprendizaje de la gestión de sus emociones fortalecen su inteligencia emocional, aprenden a resolver conflictos de manera eficaz, son más asertivos y sufren menos niveles de estrés.